domingo, 24 de enero de 2016

Capítulo III: Una selva de sentires

Andriw Sánchez Ruiz
Twitter: @AnSanchezRu

Maracay.- En la cuenca del Lago de Valencia la fortaleza del sol es inquebrantable, pero existe una diferencia en la bioma de la capital de Carabobo y la de Aragua, Maracay. La primera ciudad es acuática… Claro, metafóricamente. La urbe es el puerto donde ancla Navegantes del Magallanes. Mientras la Ciudad Jardín es una selva tupida que camuflajea y protege a los Tigres de Aragua.

Cada elenco prefiere el resguardo de su hábitat natural. Eso es lógico. El apoyo del soberano siempre los va a favorecer, no importa la instancia del campeonato. Así fue ayer para la manada bengalí.

Foto Américo Morillo/Ciudad CCS


Por primera vez en la final existía una masiva población de tigreros. Era de esperase. En la ciudad hay un legado importante de los tres títulos conseguidos por los rayados en la década de los 70 de la mano de David Concepción. Esos seguidores son aquellos que muestran canas o arrugas en la piel.

La generación con más lozanía tiene otras razones para aplaudir la causa felina. Ellos vivieron el momento más fructífero para la franquicia y para cualquier equipo en nuestro país. Fueron testigos de los seis campeonatos ganados por la dinastía de Miguel Cabrera y el mánager Buddy Bailey.

Las 9 mil 641 personas que plenaron las tribunas del diamante aragüeño presenciaron algo nuevo: a Tigres en una final sin sus referentes de otrora. Solo Álex Núñez posee las cicatrices de las batallas anteriores.

Pero lo pasado es pisado. Es una nueva era para la manada. Era el tercer juego de la instancia decisiva de la temporada contra el Magallanes que también tenía una cantidad importante de feligreses.

Sí. Era complicado ver alguna superioridad entre las dos tendencias en el público. Los gritos y lamentos se fundían para crear ruidos sin sentido, aparentemente.

DILUVIO, LA TIERRA SE EMPAPA

La selva, bullera y calurosa, repleta de vida, de ojos y oídos atentos, se comenzó a inundar. Atravesaba por una metamorfosis que solo podía favorecer a aquellos cuerpos que mantuvieran el flote por estar hechos para las aguas. Nacía un nuevo entorno para que el Magallanes triunfara.

En efecto, a pesar del rugir de los félidos, tripulantes de la carabela tomaban por asalto a Maracay. Era el génesis de una victoria, comandada por el contramaestre Luis Rodríguez. En las sillas se imponían los clamores navieros. Poco a poco se mitigaba el aliento de bengalíes, pues su ventaja teórica se venía abajo.

No llovía en Maracay. Tampoco había nubes oscuras. La luna era visible, tan llena como los rincones de la pletórica plaza. Pero la tierra estaba mojada. La ciudad fue inundada en sentires. Alegría y euforia excretada por magallaneros. Tristeza y lamentos salían de tigreros.

Pero todo cambió, así de fugaz es el beisbol. La selva se secó de a poco. La estampida de los tigres en carrera absorbió la humedad del suelo. El barco encalló.

Con el empate de los bengalíes en el noveno los sentires en la tribuna se unificaron. Las voces pronavieras se atenuaron. Solo parecían existir tigreros alzados que alcanzaron la gloria con un cuadrangular de Alfredo Marte. Los Tigres rugieron (5 por 4).

La serie se colocó 2-1. Habrá un quinto juego en Maracay, donde el José Pérez Colmenares se transformó en una selva de sentires.

Crónica publicada en el Diario Ciudad CCS, en su edición del 25 de enero de 2016

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