sábado, 30 de enero de 2016

Capítulo VI: Rugir del tigre silenció el José Bernardo Pérez

Sexta y última crónica de lo que se vivió en la final de la temporada 2015-16 (Pronto se montarán los capítulos que faltaron)


Andriw Sánchez Ruiz
Twitter: @AnSanchezRu

Valencia.- ¡Benditas sean las puertas del palco de prensa del José Bernardo Pérez de Valencia! Aunque de cristal, al igual que todo el recinto reporteril, frenaban el frenetismo existente en tribunas y gradas. Aullidos y alaridos. Clamores y aplausos. Improperios y halagos. De todo se escuchaba tenuemente, siempre y cuando las puertas estuvieran cerradas.

Cada vez que alguien se atrevía a entrar o salir, se colaban los sonidos al palco. Bullaranga sorda. Se complica el sentido de la audición, pero no la vista que se atonta con la panorámica pletórica del diamante carabobeño. 

Foto Américo Morillo/Diario Ciudad CCS


Las 15 mil 228 personas son las culpables de que la plaza sea un generador de contaminación sónica. Pero basta de quejas. Así debería ser y no de otra manera. Esta es la mejor forma de ver el sexto juego de la final, entre Tigres de Aragua y Navegantes del Magallanes. El silencio no es bienvenido.

El griterío es entendible sino cómo el fanático podría soportar la presión. Los turcos estaban a solo una derrota de tirar por la borda la temporada, al no conseguir el botín. Los bengalíes deseaban el triunfo para dejar la décima huella en los anales de la Liga.

El escándalo se aplacó de sopetón. El bate de Alfredo Marte sonó fuerte con cuadrangular en el segundo inning. Siempre resultará extraño presenciar el recorrido silencioso de un jonronero, pues casi siempre corren acompañados por los gritos fanáticos. No sucedió. Se silenció el José Bernardo Pérez.

La calma no duró mucho, a pesar de la ventaja bengalí. La mayoría de los asistentes, que conformaban una gran masa naviera, revivieron. “Tenemos que ganar magallanero… Tenemos que ganar”, coreaba la feligresía eléctrica.

Se negaban. Estaban decididos hacer su trabajo: presionar con ruido y hacer sentir incómodo al equipo rival. Era su forma de batear. La manera de buscar la victoria que, más que un lujo, era una necesidad.

¿Sirvió todo ese sonido?

Peloteros turcos seguían el ejemplo de sus simpatizantes. No se entregaban. Hicieron cerrado el careo, por lo menos así era en el séptimo inning. Parecía lejos el adormecimiento generado por las carreras bengalíes. El sonido se tornó tan común como el mismo aire. Solo los embates tigreros mermaban el bramido de los espectadores.

¿Dónde estaban los fanáticos rayados? En algún lado, seguramente. Al ser arropados por los magallaneros, se hacían invisibles. No así su equipo, que se mostraba con potencial para ser el campeón venezolano.

Caso omiso a la algarabía. Maderos rayados arreciaron. Carlos Sánchez, Marte y compañía enmudecieron a la mayoría. Castigaron a la tripulación y se aferraron al título. La victoria siempre se recordará con pizarra de 8 por 2.

Dicen que el rugido del tigre es tan espantoso que las presas se congelan. Sienten pavor y se convierten en comida fácil. Anoche, ese rugido silenció el José Bernardo Pérez y anunció la llegada de un nuevo campeón. Ya no serán necesarias las puertas de cristal del palco. El silencio reinará en Valencia, y las otras sedes, hasta octubre.

Crónica publicada en el diario Ciudad CCS, en su edición del 29 de enero de 2016

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