domingo, 20 de marzo de 2016

De cómo Buddy Bailey se convirtió en Buddy Bailey

“Como todos los que juegan beisbol, soñaba con llegar a las mayores, esa era mi motivación para trabajar todos los días y dar mi mejor esfuerzo. Pero nunca llegué. Me empujaron a ser coach”

Welby “Buddy” Bailey

Andriw Sánchez Ruiz
Twitter: @AnSanchezRu 

No hay que dejarse engañar por el sol y el color de la primavera. Contra natura, la estación puede ser una época para la caída de las últimas hojas y el marchitar de algunos peloteros. Darle la extremaunción a carreras poco prometedoras en los diamantes es tan común en los campos de entrenamiento de hoy como lo era en los de 1983.

Un joven receptor de 25 años, recibió un llamado a la oficina del mánager del equipo grande. No era una buena señal. Subir y jugar en Grandes Ligas no resultaba una opción, aunque era lo más anhelado para él. En cuatro temporadas en las menores, nunca pasó de la filial Doble A de los Bravos de Atlanta. Su rendimiento se asemejaba más a la mediocridad que a lo sublime, pues solo tenía un average de .210 en su corta trayectoria. Nadie se iba a fijar en él por ese promedio de bateo tan bajo.

La citación no podía ser buena para alguien que estaba consciente que su único chance en los entrenamientos primaverales era hacerse con más experiencia. De repente los nervios invadieron todo el cuerpo de Welby “Buddy” Bailey.




¿Qué quería la organización? ¿Era el fin de lo que ha soñado desde que era un párvulo en Norristown, Pennsylvania? ¿Cómo verle la cara a Joe Torre y no sentirse intimidado por alguien que había dominado la Liga Nacional con Atlanta unos meses antes? Parecía que 1983 era el último año del cátcher en terrenos profesionales.

Con la gorra entre sus manos y rostro preocupado se detuvo en la puerta de la oficina del mánager. Dudó. Se tocó la frente, sudorosa a pesar de la frescura del ambiente. Tocó la puerta. Alguien le dio el salvoconducto para pasar sin temor a un disparo a quemarropa. La chirriante madera blanca se movía con lentitud. Cuando por fin se atrevió a ver al escritorio, chocó con la mirada penetrante de Torre.

- Hola, Buddy. Toma asiento, por favor – Dice el hombre de 42 años. Su vista resalta mucho más por las oscuras ojeras que le bordean las cuencas oculares. Tiene la gorra semipuesta y deja ver lo amplio de su frente, da la impresión de estar cansado de ella y le da un respiro a las notorias entradas de su cabellera. – ¿Cómo te sientes?- le pregunta a Bailey, lenta y cortésmente.

Buddy no podía decirle que los nervios habían saboteado la relación que debe existir entre el cerebro y la lengua para concebir al habla. Romper el silencio era necesario, sino la mirada penetrante de Torre iba a detectar el miedo. –Genial. Trato de ganarme un puesto, como todos los que están aquí, Joe – En lo más profundo de su ser, Bailey está sorprendido. No entiende cómo logró articular las palabras. Pero ni modo, era lo mejor. La conversación con Torre había comenzado.

-  Estamos impresionados, Buddy. Los técnicos, John Mullen (gerente general) y el resto de la organización te han visto. Tienes algo… tienes algo que nos agrada mucho – dice Torre sin apartar los ojos de Bailey, quien no sabe si agradecer por las palabras o pestañear porque ya olvidaba la última vez que lo había hecho. Las frases de Torre podrían desembocar en un gran elogio o mejor: en la invitación al equipo grande. Era improbable. Bruce Benedict hacía un trabajo defensivo muy bueno como cátcher de Atlanta y ser suplente, con los números tan míseros que tenía, lucía tan lejano como los amaneceres en la granja en la que nació en Norristown. Pero el sueño todavía estaba vivo.

Bailey pestañó, lo hizo más veces de lo normal. – Muchas gracias, Joe. No me esperaba esto. Yo solo quiero una oportunidad. Quiero demostrar que puedo jugar en Grandes Ligas-.

Torre parecía una estatua. La gorra semipuesta de su cabeza no se había movido. Sus codos habían conseguido el hábitat natural en los reposabrazos de la silla y sus manos estaban entrelazadas y suavemente dormidas sobre el vientre. Lo único que no estaba inerte en Torre eran los labios y los ojos. Ellos estaban encargados de decir la verdad. Ningún otro movimiento delataría el golpe mortal que le tenía que dar a las ilusiones de Bailey.

-Mucha gente te ha observado en los últimos años. Entiendes el juego. Sabes mucho de él. Conoces bien lo que pueden y no pueden hacer los lanzadores a quienes les recibes envíos. Hablas mucho con los coaches. Creemos que ser grandeliga no es tu futuro- al escuchar eso algo se rompió en Bailey, pero no lo demostró. Colocó la mano derecha sobre sus labios y siguió con la mirada sobre Torre, quien todavía no había terminado. –Creemos que podrías comenzar una carrera como técnico. Tienes el perfil que buscamos para ser el mánager de Pulaski, nuestro equipo rookie en la Liga de los Apalaches- Torre calló.

Había sido mucho para Bailey. Solo tenía 25 años, una edad para comenzar a ver frutos como pelotero. Pero no. Allí estaba, sentado frente a Joe Torre quien le sugería terminar su carrera como jugador activo. En el beisbol, nadie desea un final así.

20, 30, 45 segundos de silencio. Torre abandona la rigidez e inclina el cuerpo sobre el escritorio. –Buddy, sé que es duro. Pero míralo de esta manera…- El mánager no logró terminar la frase. Fue interrumpido por la voz de Bailey que resonó en cada rincón de la oficina. –Joe, tengo 25 años. No quiero ser mánager, quiero jugar- dice el joven y la decisión estaba estampada por su ceño fruncido.

- Es una oportunidad que no deberías rechazar, Buddy. Tómala. Creemos que tendrás un buen camino. Jugar no es lo tuyo, pero dirigir… De verdad, deberías intentarlo- le replica Torre como un tío que le da un valioso consejo a algún sobrino.

Media hora pasó Bailey en la oficina de Torre. La puerta se abrió de nuevo, finalmente. El hombre que había entrado como un pelotero gris y poco atractivo para las siempre exigentes estadísticas, había salido como el mánager de la categoría Rookie de los Bravos de Atlanta.


Los vientos cambiaron. Ahora, a diferencia de antes, sus números se daban la mano con la excelencia y no con lo miserable. De hecho, en su primer año en Pulaski Braves, ganó 46 juegos y perdió 26. El equipo fue segundo en los Apalaches. En sus ocho primeros años como mánager en ligas menores siempre tuvo récord positivo.

Ya con 57 años de edad (en 2014), sentado en el lobby de un lujoso hotel de Caracas, Venezuela, país en donde su nombre es sinónimo de éxito, por los seis títulos que logró con Tigres de Aragua en los 12 primeros años del segundo milenio, Bailey recuerda aquellos años como piloto de las menores. Revela uno de sus secretos: aprendió mucho de Bobby Cox, uno de los estrategas más exitosos en la historia del juego.

- Tuve la fortuna de conocer a Bobby Cox, cuando estaba en Atlanta. Él y otros coaches, solíamos sentarnos durante horas a comer, beber y discutir de beisbol. Yo aproveché para preguntarle mucho sobre estrategias. Bobby es un ganador. Está en el Salón de la Fama de Cooperstown porque ganó- dice, mientras que noveles jugadores de Tiburones de La Guaira no dejan de verlo desde distancias seguras.  Es posible que ninguno de ellos sepa que Bailey logró llegar a Grandes Ligas. Sí, lo hizo como coach de banco de Jimmy Williams, mánager de los Medias Rojas de Boston en el 2000.

Foto Marcos Colina/Diario Ciudad CCS

Este es un cuento. Es una manera amena de llevarle al lector los inicios como mánager de alguien tan enigmático como Buddy Bailey. Aunque los hechos se sazonaron, no son un vago invento. Aquí: (http://tecleosdebeisbol.blogspot.com/2014/10/buddy-bailey-soy-un-hombre-adulto-que.html#more) Bailey cuenta su historia en una entrevista que se le realizó en 2014, para el Diario Ciudad CCS

1 comentario:

  1. Buen relato. Este año va a ser raro sin la presencia del sargento de hierro.

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