“Como
todos los que juegan beisbol, soñaba con llegar a las mayores, esa era mi
motivación para trabajar todos los días y dar mi mejor esfuerzo. Pero nunca
llegué. Me empujaron a ser coach”
Welby
“Buddy” Bailey
Andriw Sánchez Ruiz
Twitter: @AnSanchezRu
No hay que dejarse engañar
por el sol y el color de la primavera. Contra natura, la estación puede ser una
época para la caída de las últimas hojas y el marchitar de algunos peloteros. Darle
la extremaunción a carreras poco prometedoras en los diamantes es tan común en
los campos de entrenamiento de hoy como lo era en los de 1983.
Un joven receptor de 25
años, recibió un llamado a la oficina del mánager del equipo grande. No era una
buena señal. Subir y jugar en Grandes Ligas no resultaba una opción, aunque era
lo más anhelado para él. En cuatro temporadas en las menores, nunca pasó de la
filial Doble A de los Bravos de Atlanta. Su rendimiento se asemejaba más a la
mediocridad que a lo sublime, pues solo tenía un average de .210 en su corta trayectoria.
Nadie se iba a fijar en él por ese promedio de bateo tan bajo.
La citación no podía
ser buena para alguien que estaba consciente que su único chance en los entrenamientos
primaverales era hacerse con más experiencia. De repente los nervios invadieron
todo el cuerpo de Welby “Buddy” Bailey.
¿Qué quería la
organización? ¿Era el fin de lo que ha soñado desde que era un párvulo en
Norristown, Pennsylvania? ¿Cómo verle la cara a Joe Torre y no sentirse intimidado
por alguien que había dominado la Liga Nacional con Atlanta unos meses antes?
Parecía que 1983 era el último año del cátcher en terrenos profesionales.
Con la gorra entre sus
manos y rostro preocupado se detuvo en la puerta de la oficina del mánager.
Dudó. Se tocó la frente, sudorosa a pesar de la frescura del ambiente. Tocó la
puerta. Alguien le dio el salvoconducto para pasar sin temor a un disparo a
quemarropa. La chirriante madera blanca se movía con lentitud. Cuando por fin
se atrevió a ver al escritorio, chocó con la mirada penetrante de Torre.
-
Hola, Buddy. Toma asiento, por favor – Dice el hombre de 42
años. Su vista resalta mucho más por las oscuras ojeras que le bordean las
cuencas oculares. Tiene la gorra semipuesta y deja ver lo amplio de su frente, da la impresión de estar cansado de ella y le da un respiro a las notorias
entradas de su cabellera. – ¿Cómo te
sientes?- le pregunta a Bailey, lenta y cortésmente.
Buddy no podía decirle
que los nervios habían saboteado la relación que debe existir entre el cerebro
y la lengua para concebir al habla. Romper el silencio era necesario, sino la
mirada penetrante de Torre iba a detectar el miedo. –Genial. Trato de ganarme un puesto, como todos los que están aquí, Joe
– En lo más profundo de su ser, Bailey está sorprendido. No entiende cómo
logró articular las palabras. Pero ni modo, era lo mejor. La conversación con
Torre había comenzado.
-
Estamos impresionados, Buddy. Los técnicos,
John Mullen (gerente general) y el resto de la organización te han visto.
Tienes algo… tienes algo que nos agrada mucho – dice
Torre sin apartar los ojos de Bailey, quien no sabe si agradecer por las
palabras o pestañear porque ya olvidaba la última vez que lo había hecho. Las frases
de Torre podrían desembocar en un gran elogio o mejor: en la invitación al
equipo grande. Era improbable. Bruce Benedict hacía un trabajo defensivo muy
bueno como cátcher de Atlanta y ser suplente, con los números tan míseros que tenía, lucía
tan lejano como los amaneceres en la granja en la que nació en Norristown. Pero
el sueño todavía estaba vivo.
Bailey pestañó, lo hizo
más veces de lo normal. – Muchas gracias,
Joe. No me esperaba esto. Yo solo quiero una oportunidad. Quiero demostrar que
puedo jugar en Grandes Ligas-.
Torre parecía una
estatua. La gorra semipuesta de su cabeza no se había movido. Sus codos habían conseguido el hábitat natural en los reposabrazos de la silla y sus manos estaban
entrelazadas y suavemente dormidas sobre el vientre. Lo único que no estaba
inerte en Torre eran los labios y los ojos. Ellos estaban encargados de decir
la verdad. Ningún otro movimiento delataría el golpe mortal que le tenía que
dar a las ilusiones de Bailey.
-Mucha gente te ha observado en los últimos años. Entiendes el juego.
Sabes mucho de él. Conoces bien lo que pueden y no pueden hacer los lanzadores
a quienes les recibes envíos. Hablas mucho con los coaches. Creemos que ser
grandeliga no es tu futuro- al escuchar eso algo se rompió en Bailey, pero
no lo demostró. Colocó la mano derecha sobre sus labios y siguió con la mirada
sobre Torre, quien todavía no había terminado. –Creemos que podrías comenzar una carrera como técnico. Tienes el
perfil que buscamos para ser el mánager de Pulaski, nuestro equipo rookie en la
Liga de los Apalaches- Torre calló.
Había sido mucho para Bailey.
Solo tenía 25 años, una edad para comenzar a ver frutos como pelotero. Pero no.
Allí estaba, sentado frente a Joe Torre quien le sugería terminar su carrera
como jugador activo. En el beisbol, nadie desea un final así.
20, 30, 45 segundos de
silencio. Torre abandona la rigidez e inclina el cuerpo sobre el escritorio. –Buddy, sé que es duro. Pero míralo de esta
manera…- El mánager no logró terminar la frase. Fue interrumpido por la voz
de Bailey que resonó en cada rincón de la oficina. –Joe, tengo 25 años. No quiero ser mánager, quiero jugar- dice el
joven y la decisión estaba estampada por su ceño fruncido.
-
Es una oportunidad que no deberías rechazar, Buddy. Tómala. Creemos que tendrás
un buen camino. Jugar no es lo tuyo, pero dirigir… De verdad, deberías
intentarlo- le replica Torre como un tío que le da
un valioso consejo a algún sobrino.
Media hora pasó Bailey
en la oficina de Torre. La puerta se abrió de nuevo, finalmente. El hombre que
había entrado como un pelotero gris y poco atractivo para las siempre exigentes
estadísticas, había salido como el mánager de la categoría Rookie de los Bravos
de Atlanta.
Los vientos cambiaron. Ahora, a diferencia de antes, sus números se daban la mano con la
excelencia y no con lo miserable. De hecho, en su primer año en Pulaski Braves,
ganó 46 juegos y perdió 26. El equipo fue segundo en los Apalaches. En sus ocho
primeros años como mánager en ligas menores siempre tuvo récord positivo.
Ya con 57 años de edad (en
2014), sentado en el lobby de un lujoso hotel de Caracas, Venezuela, país en
donde su nombre es sinónimo de éxito, por los seis títulos que logró con Tigres
de Aragua en los 12 primeros años del segundo milenio, Bailey recuerda aquellos
años como piloto de las menores. Revela uno de sus secretos: aprendió mucho de
Bobby Cox, uno de los estrategas más exitosos en la historia del juego.
- Tuve la fortuna de conocer a Bobby Cox, cuando
estaba en Atlanta. Él y otros coaches, solíamos sentarnos durante horas a
comer, beber y discutir de beisbol. Yo aproveché para preguntarle mucho sobre
estrategias. Bobby es un ganador. Está en el Salón de la Fama de Cooperstown
porque ganó- dice, mientras que noveles jugadores de
Tiburones de La Guaira no dejan de verlo desde distancias seguras. Es posible que ninguno de ellos sepa que
Bailey logró llegar a Grandes Ligas. Sí, lo hizo como coach de banco de Jimmy Williams,
mánager de los Medias Rojas de Boston en el 2000.
Foto Marcos Colina/Diario Ciudad CCS
Este es un cuento. Es una manera amena de llevarle al lector los inicios como mánager de alguien tan enigmático como Buddy Bailey. Aunque los hechos se sazonaron, no son un vago invento. Aquí: (http://tecleosdebeisbol.blogspot.com/2014/10/buddy-bailey-soy-un-hombre-adulto-que.html#more) Bailey cuenta su historia en una entrevista que se le realizó en 2014, para el Diario Ciudad CCS
Buen relato. Este año va a ser raro sin la presencia del sargento de hierro.
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