domingo, 27 de noviembre de 2016

El nacimiento del swing de Carlos González

 Lucila de González recordó como su hijo, el jardinero estrella de Colorado, quedó prendado al beisbol cuando solo tenía cinco años de edad e idolatraba a Ken Griffey Jr.

Andriw Sánchez Ruiz
Twitter: @AnSanchezRu

¡Qué difícil se le hacía a la señora Lucila de González ver jugar a su hijo mayor y no perder de vista al menor! Mientras que el infante más grande jugaba en la Pequeña Liga Coquivacoa, en el estadio Ramón Darío Urdaneta, del sector San Jacinto en Maracaibo, el más pequeño correteaba por las tribunas. El juego del niño de 5 años de edad era sencillo: se paraba detrás de la cerca, imitaba los movimientos de los bateadores y, cuando hacía swing con su bate imaginario, salía raudo a una inexistente primera base.

“El muchachito se me está volviendo loco”, pensaba la señora Lucila, rodeada por los padres de los demás párvulos. Lo bueno de la supuesta demencia, que no resultaba más que una prolífica imaginación, era que al pequeño Carlos González le apasionaba el juego de pelota. La madre no tuvo que romperse la cabeza para encontrarle un pasatiempo a su muchacho.




“Él solo se enganchó con el beisbol”, dice la señora a diez pasos de distancia de su hijo menor, que ahora tiene 31 años y es uno de los peloteros más importantes de Venezuela. “Yo pensaba que a los cinco añitos no podía jugar, pero cuando me di cuenta que sí estaba permitido, le buscamos equipo enseguida. Allí comenzó su historia”.

Mientras la señora tiene un viaje de ida y vuelta por la nación de las remembranzas, CarGo está ocupado. Sus manos deben moverse rápidamente para no decepcionar a los 50 pequeños que lo rodean; cada uno de ellos vino a una clínica que el jardinero de los Rockies de Colorado daba en el mismo campo que lo vio crecer como pelotero.

“¿Sabes? Cuando entré al estadio y vi a los muchachitos recordé cuando mi niño estaba así”, suelta la señora Lucila en el retorno de sus recuerdos. “Ver ahora todo lo que ha logrado… Es algo admirable porque siempre supo que iba a ser un grandeliga. Por supuesto, yo no le creía”.

Nace una estrella. Parado en el mismo plato en el que tomó su primer turno en un juego oficial, CarGo ve hacia las tribunas del diamante en donde sobran las caras de asombro de los padres de los niños. Uno de los pequeños peloteros le pregunta que en qué posición puede jugar por su condición de zurdo, la misma mano dominante del ganador de tres Guantes de Oro y el título de bateo en la Liga Nacional, en 2010.

“Yo era un primera base”, recuerda González, quien idolatraba a Ken Griffey Jr. y Bob Abreu. “Pero después me mudaron a los jardines y pude cumplir ese sueño (de jugar en la misma posición de sus héroes). La defensa se me da mucho más natural que cualquier cosa”.

Pero, si bien las habilidades con su guante le han apartado un puesto entre las marquesinas de los guardabosques de las mayores, es su capacidad para batear lo que lo ha convertido en una estrella del beisbol.

Instructores y veedores catalogan el swing de González como uno de los mejores de la actualidad. Hay armonía en sus movimientos que le da poder, aunque sus esfuerzos parezcan mínimos. No en vano, conectó 40 cuadrangulares en 2015 y posee un promedio de bateo de .291 en 3955 turnos legales en la gran carpa. Y, según él mismo, gran parte de eso se lo debe a algo: levantar el pie al momento justo para activar toda la mecánica que lo ha convertido en alguien célebre. Lo que puede sorprender, es que ya tenía esos movimientos desde niño.

“Cuando estaba chiquito bateaba así. Al pasar al profesional me quitaron la patada porque perdía tiempo con las rectas duras, yo tenía 16 años y los demás 23”, cuenta González. “Pero poco a poco pude volver a hacer lo que hacía desde niño, en ese momento llegó Don Baylor (otrora manager de los rocosos y quien ayudó a Andrés Galarraga a lograr una parada definitiva) y mi carrera llegó a otro nivel”.

No todo era juego. Si el pequeño González quería ser un pelotero como Griffey Jr. o Abreu, debía practicar. Entendió que la clave era la velocidad en las manos. “Tengo unas excelentes manos para batear, con el tiempo, desde niño, fui mejorando eso, la rapidez en mis manos”, explica. “Lo más importante es estar a tiempo en la bola, dejar que las manos hagan el trabajo”.

Por su status como uno de los mejores bateadores del beisbol, sus pies casi siempre tocan los mejores terrenos que hay en el planeta. Pero hay algo especial para él en la árida tierra del Ramón Darío Urdaneta. “Venir aquí era un regalo de mis padres. Tuve y tengo mucho amor por el beisbol y cuando uno adora algo y se te da la oportunidad de hacerlo a diario resulta una bendición”, expresa. “Aquí aprendí no solo de beisbol sino de compartir con niños, compañeros y padres. Todos me ayudaron a ser un buen ser humano”.


Así como él hace 26 años, algunos niños activan la exageración natural que habita en la imaginación. “Soy Carlos González”, ahora resulta una frase cargada de dulce locura.

Nota publicada en el Diario El Nacional. en su edición de 27 de noviembre de 2016

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