Andriw Sánchez Ruiz
Email: andriw316@gmail.com
Twitter: @AnSanchezRu
Mientras el taxi
esperaba muy cerca de la puerta de su casa, el joven Urbano Lugo jr. terminaba
de alistarse para ir a trabajar. En su bolso no había cosas de oficina, una
corbata doblada o un libro de Hágalo Usted Mismo. Como de costumbre, su morral
era pequeño y contaba con pocos objetos. Con calma se subió al carro y le
señaló el camino al desconocido conductor: “Al Estadio Universitario, por
favor”, dijo. Pocos segundos transcurrieron para que el automóvil comenzara su
andar.
“Hoy es el cuarto juego
de la final entre Caracas y La Guaira”, soltó el taxista que, fiel a su
profesión, era tan bueno con el habla como con el volante. “Eso seguro es
taquilla (la creencia popular de que un equipo se deja ganar para alargar un
enfrentamiento)”.
El hilo de los
pensamientos de Lugo se rompió para poner la atención en el chofer. “¿Y usted
cree que eso exista?”, preguntó el pasajero de 24 años de edad, con palabras
que, seguramente, poseían un dejo de ironía. “Claro”, afirmó el hombre que manejaba.
“Caracas gana la serie 3-0, no se puede titular barriendo. Seguro La Guaira
gana por taquilla”.
La pequeña explicación
de la final de la temporada 1986-1987 y el aire de superioridad del taxista
tuvieron poco valor después de que Urbano lo apuntó con la mirada. “Mire, eso
no existe y se va a acordar de mí esta noche”, sentenció. “Porque yo soy el
hombre que va a pitchar. Voy a ganar el juego”.
Ese sábado, 24 de enero
de 1987, estaba lejos de ser un día normal. A los Leones solo les faltaba una
victoria para evitar el tricampeonato de los Tiburones, que un año antes habían
sido mucho más que ellos en siete compromisos. La cercanía de la gloria puede
causar un estrés y tensión tan grande como la proximidad de la desgracia. Son
polos opuestos que encuentran el equilibrio en una sensación.
Pero Urbano no sentía
ni frío ni calor. No se dio mala vida por la inocultable trascendencia del día.
Comió pabellón, se colocó unos shorts y comenzó a caminar por el clubhouse
melenudo. Apegado a la tradición del abridor del día, no salió al terreno. Se
ocultó entre las sombras, escuchó música instrumental y repasó el lineup de La
Guaira. “Pedrique primer bate, luego Guillén y después Pérez Tovar…”, pensó.
Solo la preocupación de Carlos Hernández, cátcher novato de aquel entonces, lo
sacó del trance.
“Me acabo de casar”,
expresó el bisoño careta. “Necesito los reales que nos van a dar si quedamos
campeones”. Tal vez la meditación ya había hecho efecto en Lugo, pues resultó
contundente la forma en la que le respondió a Hernández. “Quédate tranquilo”,
le recomendó. “Hoy vamos a ser campeones. Tengo el presentimiento que voy a
tirar un no hit no run”.
En el terreno. Tal y
como ocurre hoy en día, y como siempre ha sucedido en el beisbol, el diamante
estaba lleno de vida mucho antes de que se alzara la voz de play ball.
Reporteros caminaban cerca de los dugouts, peloteros lanzaban, bateaban o solo
hablaban. Entre la muchedumbre desperdigada estaba parado Humberto Acosta,
periodista de El Nacional en aquellos días.
“Había mucha
expectativa de parte del Caracas”, rememoró el reputado comunicador. “Leones
sabía que no podía darle una segunda oportunidad al gran equipo que tenía La
Guaira que no expresaba entrega. Eran dos rosters muy buenos, de figuras
icónicas y con mucho talento”.
Cerca, en el
campocorto, tomaba rodados la joven promesa de 19 años Omar Vizquel, quien no
había visto a Lugo, debido al acostumbrado retiro de este en las entrañas del
clubhouse. Y aunque tampoco había observado al lanzador, Alfredo Pedrique,
inicialista y primer bate de Tiburones, ya armaba un plan, junto a sus
compañeros, para hacerle daño.
“Sabíamos lo que nos
venía”, recordó Pedrique, que ahora es manager de la filial Triple A de los
Yanquis de Nueva York. “Urbano no era un pitcher fácil. Era alguien agresivo,
que no te iba a dar mucho margen para el error. Teníamos que atacarlo temprano
porque si no íbamos a caer en su juego”.
Después de la práctica,
Acosta dejó el terreno de juego y se ubicó en el palco de prensa, en lo más
alto del Universitario. Es allí en donde los periodistas tienen un campo de
visión envidiable. Se sentó y preparó mentalmente. El reportero Cristóbal
Guerra iría por las declaraciones y él solo se dedicaría a escribir la reseña.
El drama. Cada rincón
del Universitario tenía una persona. Bajo su naturaleza anárquica, el estadio
lucía pletórico. No hay un escenario mejor que ese para una hazaña. Las
novedades no existieron en los cuatro primeros innings, pues los ceros fueron
comunes para ambos equipos. Dos carreras en el quinto y otra más en el sexto,
con un jonrón solitario de Andrés Galarraga, pusieron a soñar a Leones. En ese
momento, Vizquel se enfocó en la pizarra y notó el dominio de Urbano. Comenzó
la sospecha de que un no hit no run podría aparecer.
“Allí te comienzas a
concentrar más. Ves cada pitcheo y caes en cuenta que si un batazo pasa cerca
de ti debes tirarte de cabeza”, contó Vizquel, que ahora tiene 49 abriles. “Con
cada lanzamiento de Urbano la gente gritaba: ‘Oleee, oooleee’. Todos sabíamos
que algo especial ocurría”.
El séptimo capítulo
trajo más confianza en el dugout de Leones y desesperación en el de Tiburones.
“Luis Salazar, el que tenía más experiencia de nosotros, nos sugería que
esperáramos el mejor envío”, relató Pedrique. “Pero Oswaldo Guillén y Norman Carrasco
decían que lo mejor era atacar la recta, su primer pitcheo, porque estaba
encima del conteo”.
No importó mucho lo que
hiciera la temible ofensiva salada. Nada sirvió. Al darse cuenta de la
situación, el reportero Acosta dejó el papel y el lápiz en reposo. No iba a
adelantar la reseña inning por inning como usualmente hacía. Concentró su
cerebro en realizar un memorable primer párrafo de lo que podría ser uno de los
momentos más grandes en la historia del beisbol: un no hit no run, en una final
y para decidir un campeonato.
Mientras, Urbano estaba
solo en el dugout. Ningún leonino se le acercaba, esa es la tradición. “No hay
necesidad de hablar en esos momentos”, comentó Vizquel. “Todos saben lo que
ocurre. Todos sienten la emoción”.
El clímax. Noveno episodio,
el último. Leones arriba 4 por 0. Lugo caminó al montículo, mientras su padre,
Urbano Lugo, lo observaba desde la caseta de transmisión de Radio Caracas
Televisión. En ese momento la vida perdió el sentido de la realidad y se acopló
a las exageraciones adheridas al empeño de los extraordinario del cine.
Urbano hijo, además de
completar una de las proezas más épicas para un escopetero, estaba cerca de
emular a su progenitor, quien lanzó un no hit no run, en 1973, con el mismo
equipo, en el mismo estadio, contra Tiburones y con el mismo receptor, Baudilio
Díaz. Cualquier guionista se hubiese frotado las manos.
“Concéntrate”, dijo la
mente de Lugo. “Vienen “Café” Martínez, Norman Carrasco y Pedrique. Menos mal
no me enfrentaré a Guillén, es capaz de quitarme el no hitter con un podrido
detrás de segunda”.
“Café” dio un batazo
contundente por la tercera base. Jesús Alfaro tomó la bola y lanzó mal a
primera. Los anotadores le dieron error, lo que provocó la ira de Martínez y
del dugout escualo.
“Todos alzamos la voz
en el dugout. No ns gustó la decisión del anotador”, contó Pedrique. Mientras
que Vizquel le regaló un alago al astuto Alfaro: “Él hizo lo que todos
hubiésemos hecho, lanzar mal porque la jugada iba a ser muy cerrada. La cosa le
salió bien”.
Carrasco fue dominado,
al igual que Pedrique. “Pensé en tocar la bola, pero eso hubiese sido una falta
de respeto con Leones y Urbano”, explicó.
Guillén trató de sacar
de concentración a Lugo. Se tomó su tiempo en el plato y pescó una recta. La
bola salió rauda pero fue atrapada por Alfaro, quien mostró su precisión para
sellar la historia del juego.
Vizquel corrió a
celebrar al centro del diamante. Pedrique se metió cabizbajo en el sepulcral
clubhouse de Tiburones. Acosta, llevado por la emoción y el olvido de la
utópica objetividad, le gritó a un amigo en la tribuna: “Lo logró, lo logró”. Y
Urbano, con los brazos abiertos, recibió palabras de su padre quien afirmaba
ser “el hombre más feliz del mundo”.
Trabajo publicado en el diario El Nacional, el 29 de enero de 2017
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