Lucila
de González recordó como su hijo, el jardinero estrella de Colorado, quedó
prendado al beisbol cuando solo tenía cinco años de edad e idolatraba a Ken
Griffey Jr.
Andriw Sánchez Ruiz
Twitter: @AnSanchezRu
¡Qué difícil se le
hacía a la señora Lucila de González ver jugar a su hijo mayor y no perder de
vista al menor! Mientras que el infante más grande jugaba en la Pequeña Liga
Coquivacoa, en el estadio Ramón Darío Urdaneta, del sector San Jacinto en
Maracaibo, el más pequeño correteaba por las tribunas. El juego del niño de 5
años de edad era sencillo: se paraba detrás de la cerca, imitaba los
movimientos de los bateadores y, cuando hacía swing con su bate imaginario,
salía raudo a una inexistente primera base.
“El muchachito se me
está volviendo loco”, pensaba la señora Lucila, rodeada por los padres de los
demás párvulos. Lo bueno de la supuesta demencia, que no resultaba más que una
prolífica imaginación, era que al pequeño Carlos González le apasionaba el
juego de pelota. La madre no tuvo que romperse la cabeza para encontrarle un
pasatiempo a su muchacho.
“Él solo se enganchó
con el beisbol”, dice la señora a diez pasos de distancia de su hijo menor, que
ahora tiene 31 años y es uno de los peloteros más importantes de Venezuela. “Yo
pensaba que a los cinco añitos no podía jugar, pero cuando me di cuenta que sí
estaba permitido, le buscamos equipo enseguida. Allí comenzó su historia”.
Mientras la señora
tiene un viaje de ida y vuelta por la nación de las remembranzas, CarGo está
ocupado. Sus manos deben moverse rápidamente para no decepcionar a los 50
pequeños que lo rodean; cada uno de ellos vino a una clínica que el jardinero
de los Rockies de Colorado daba en el mismo campo que lo vio crecer como
pelotero.
“¿Sabes? Cuando entré
al estadio y vi a los muchachitos recordé cuando mi niño estaba así”, suelta la
señora Lucila en el retorno de sus recuerdos. “Ver ahora todo lo que ha
logrado… Es algo admirable porque siempre supo que iba a ser un grandeliga. Por
supuesto, yo no le creía”.
Nace
una estrella. Parado en el mismo plato en el que tomó
su primer turno en un juego oficial, CarGo ve hacia las tribunas del diamante
en donde sobran las caras de asombro de los padres de los niños. Uno de los
pequeños peloteros le pregunta que en qué posición puede jugar por su condición
de zurdo, la misma mano dominante del ganador de tres Guantes de Oro y el
título de bateo en la Liga Nacional, en 2010.
“Yo era un primera
base”, recuerda González, quien idolatraba a Ken Griffey Jr. y Bob Abreu. “Pero
después me mudaron a los jardines y pude cumplir ese sueño (de jugar en la
misma posición de sus héroes). La defensa se me da mucho más natural que
cualquier cosa”.
Pero, si bien las
habilidades con su guante le han apartado un puesto entre las marquesinas de
los guardabosques de las mayores, es su capacidad para batear lo que lo ha
convertido en una estrella del beisbol.
Instructores y veedores
catalogan el swing de González como uno de los mejores de la actualidad. Hay
armonía en sus movimientos que le da poder, aunque sus esfuerzos parezcan
mínimos. No en vano, conectó 40 cuadrangulares en 2015 y posee un promedio de
bateo de .291 en 3955 turnos legales en la gran carpa. Y, según él mismo, gran
parte de eso se lo debe a algo: levantar el pie al momento justo para activar
toda la mecánica que lo ha convertido en alguien célebre. Lo que puede
sorprender, es que ya tenía esos movimientos desde niño.
“Cuando estaba chiquito
bateaba así. Al pasar al profesional me quitaron la patada porque perdía tiempo
con las rectas duras, yo tenía 16 años y los demás 23”, cuenta González. “Pero
poco a poco pude volver a hacer lo que hacía desde niño, en ese momento llegó
Don Baylor (otrora manager de los rocosos y quien ayudó a Andrés Galarraga a
lograr una parada definitiva) y mi carrera llegó a otro nivel”.
No todo era juego. Si
el pequeño González quería ser un pelotero como Griffey Jr. o Abreu, debía
practicar. Entendió que la clave era la velocidad en las manos. “Tengo unas
excelentes manos para batear, con el tiempo, desde niño, fui mejorando eso, la
rapidez en mis manos”, explica. “Lo más importante es estar a tiempo en la
bola, dejar que las manos hagan el trabajo”.
Por su status como uno
de los mejores bateadores del beisbol, sus pies casi siempre tocan los mejores
terrenos que hay en el planeta. Pero hay algo especial para él en la árida
tierra del Ramón Darío Urdaneta. “Venir aquí era un regalo de mis padres. Tuve
y tengo mucho amor por el beisbol y cuando uno adora algo y se te da la oportunidad
de hacerlo a diario resulta una bendición”, expresa. “Aquí aprendí no solo de
beisbol sino de compartir con niños, compañeros y padres. Todos me ayudaron a
ser un buen ser humano”.
Así como él hace 26
años, algunos niños activan la exageración natural que habita en la
imaginación. “Soy Carlos González”, ahora resulta una frase cargada de dulce
locura.
Nota publicada en el Diario El Nacional. en su edición de 27 de noviembre de 2016
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